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Paulina y Alexei se enamoraron muy jóvenes en Concepción. Ella aún estaba en el liceo y Alexei comenzaba sus estudios de Economía en la Universidad de Concepción. Era una pareja llamativamente atractiva, inseparable y políticamente activa. A sus 16 años, Paulina era presidenta de la federación de estudiantes de su colegio, y ya una figura en ascenso en la Juventud Socialista. Alexei llegó a la militancia comunista como muchas personas adoptan su religión: era una indiscutida tradición familiar. Su padre, profesor de inglés y asiduo lector de la historia rusa, había emigrado desde Suiza siendo un niño, y absorbió la política en el entorno sindical de las industrias del carbón y naviera en la zona de Lota-Schwager-Concepción. Nombró a su hijo Alexei Vladimir en honor a los rusos revolucionarios que admiraba.
Pero la política no era la preocupación central de Alexei, ni siquiera ante la embriagadora energía del gobierno de la Unidad Popular en los setenta. Para complementar los ingresos familiares, había comenzado un pequeño negocio agrícola. Le gustaba trabajar con sus manos y era un hábil carpintero.
A Paulina Veloso le gustaba comentar lo atractivo que era. “Mucha gente en Concepción nos ubicaba como pareja, porque además era un hombre muy buen mozo y era muy visible. Era alto, un metro ochenta y tres, finos rasgos, piel clara —en fin, era un joven de un gran atractivo físico.” No mencionó que su propia belleza juvenil también atraía las miradas de los demás.
Alexei hablaba con todo el mundo, le gustaba la gente y le simpatizaba a quienes lo conocieron. En 1977, sería el blanco de una de las operaciones transfronterizas más grandes de Cóndor, que involucró a dos países europeos y tres países miembros Cóndor, 16 víctimas fatales y un centro de detención tan secreto que fue descubierto recién en 2005. Cuando algunos de los guardias de esa prisión chilena prestaron declaración, dijeron que se encariñaron con Alexei Jaccard, y uno dijo, años más tarde, que se sintió triste cuando supo que había sido ejecutado.
Alexei fue uno de los miles de militantes comunistas arrestados y recluidos en campos de detención en los días y semanas después del golpe. Fue liberado a fines de diciembre de 1973 y decidió irse de Chile. La ciudadanía suiza de su padre le permitió obtener un pasaporte suizo. Viajó primero a Argentina, y en septiembre de 1974, se trasladó a Lausana, en las orillas del Lago de Ginebra. Paulina lo siguió hasta allí cuando cumplió los 18 años, y se casaron en enero de 1976. Él continuó sus estudios de economía en la universidad, y ambos participaron en actividades de solidaridad para ayudar a otros refugiados sudamericanos a instalarse en Suiza.
Alexei nunca ocupó un puesto dirigente en el Partido Comunista, ni en Chile ni ante el creciente número de exiliados. Pero como militante, se sometía a la disciplina partidaria y participó en las organizaciones del partido en el exilio. Fue sorpresa, entonces, cuando, a mediados de 1976, cortó vínculos completamente con el partido local, diciéndole a sus compañeros que no podía asistir a las reuniones porque se sentía enfermo. Era una falsa excusa que fue muy criticada en su núcleo partidario. Alexei le confidenció a Paulina que la dirección de partido, con sede en Moscú, lo había contactado secretamente. Lo habían pedido como voluntario para una importante misión, que requería que pareciera públicamente alejado de los comunistas. Un integrante del Buró Político y ex ministro en el gobierno de Allende, Américo Zorrilla, viajó desde Moscú para reunirse con él. Otro comunista chileno, que solo conocía como “Sasha”, llegó desde París para las reuniones, le dijo a Paulina. Hubo reuniones periódicas en un departamento en Ginebra, arrendado especialmente para servir de casa de seguridad. No le contó todos los detalles a su esposa, pero dijo que el partido quería que viajara a Argentina y Chile, utilizando su pasaporte suizo, como parte de una intricada operación clandestina para apoyar al Partido Comunista en Chile. Él accedió.
Un Partido Comunista en Crisis
La dirección clandestina del partido en Chile había sufrido una serie de grandes golpes y estaba bajo enorme presión a fines de 1976. El máximo dirigente en Chile, Víctor Díaz, y tres estructuras directivas consecutivas habían sido descubiertas y destruidas en campañas de la DINA efectuadas en mayo, agosto y diciembre de ese año. La situación era tan grave que después de la caída de la tercera estructura en diciembre, no quedaban nuevos dirigentes para el relevo. El flujo de dinero desde el partido en el exilio, con base en Moscú, se había prácticamente paralizado porque ya no había ningún medio seguro para transferir el dinero, usualmente dólares estadounidenses, desde Europa a sus destinatarios en Chile.
Noventa militantes comunistas fueron detenidos y “desaparecieron” en ese periodo. Cientos de militantes de base más fueron capturados y torturados para extraerles información. Se acababa el dinero, y el sistema de casas de seguridad, financiamiento y comunicaciones había sido penetrado una y otra vez. Se presumía que las estructuras que quedaban estaban seriamente comprometidas. Se constituyó una débil dirección partidaria ad hoc, pero la responsabilidad de reconstruir las estructuras del partido y reestablecer los canales de financiamiento y comunicaciones recayó sobre el partido exterior en Europa.
Esa era la crucial operación para la que el joven Alexei Jaccard había sido reclutado para asumir un papel clave. Era un plan ambicioso, desarrollado por la “dirección externa” en Moscú, adonde había llegado recientemente el secretario general del partido, Luis Corvalán, luego de haber sido liberado de prisión en Chile y canjeado por un disidente soviético. Bajo el liderazgo de Corvalán, el partido había seguido un consistente camino de resistencia no violenta, la continuación de su papel en el periodo de Allende, en que abogó por negociaciones y acuerdos con la opositora Democracia Cristiana. La represión de la DINA hacia los comunistas en 1974 y 1975 había sido mucho menos intensa que la persecución desatada en contra del MIR y el Partido Socialista, y las actividades partidarias se habían centrado en apoyar al otrora poderoso movimiento sindical, cuyo liderazgo había sido diezmado con las ejecuciones y detenciones masivas desde el golpe. La estrategia del partido fue de mantener un bajo perfil; su dirección se acomodó a una estable y poco amenazante existencia clandestina.
Jaccard fue reclutado para asumir el papel de agente secreto en una importante operación del partido lanzada desde Europa para establecer una base en Argentina para apoyar las debilitadas estructuras partidarias al interior de Chile. Con la relativa protección que ofrecía su pasaporte suizo, se pensó que Alexei podría atravesar la frontera ida y vuelta a Chile de forma segura. Sería un agente en terreno, un “correo”, un enlace que conectaría la nueva base en Argentina con la nueva dirección en Chile.
El líder de la operación era Ricardo Ramírez, uno de los operativos más experimentados del partido. Ramírez había sido jefe del aparato de inteligencia del partido y llevaba dos años en el trabajo clandestino del partido en Chile. A comienzos de 1976 el partido le ordenó salir de Chile al exilio en Hungría y pasó gran parte del año preparándose para su nueva misión en Argentina. Su lugarteniente era Héctor Velásquez, también exiliado en Hungría. Ambos ya se encontraban en Buenos Aires.
La nueva base reforzada en Argentina debía mantenerse estrictamente compartimentada de las actividades del exilio chileno en ese país. Ramírez y Velásquez viajaban con pasaportes húngaros con identidades falsas. Los hombres tenían dos objetivos: debían reinstalar una dirección superior compuesta por experimentados militantes comunistas provenientes de Europa. Otros cuatro dirigentes del partido, miembros del Comité Central, llegarían después. La idea era que la nueva dirección operara en Argentina y en Chile, transmitiendo instrucciones –y más significativamente, fondos– al partido en Chile. También debían implementar el plan del partido de restaurar el flujo de dinero una vez que la dirección en Europa hubiese resuelto los detalles.
La misión financiera era mucho más compleja que el proyecto de reconstruir la dirección del partido, y requería

de la colaboración de personas que no formaban parte del aparato partidario. La figura clave de esta misión era un próspero banquero y financista chileno, Jacobo Stoulman, de 43 años. Stoulman había trabajado para el Banco Israelita en Chile, había vivido en Israel durante varios años, y tenía parientes cercanos en Nueva York. Aparentemente desinteresado en la política, Stoulman incursionó en el mercado negro del dólar durante el gobierno de Allende, y después del golpe se hizo un lugar en el circuito de las finanzas internacionales. Con varios socios chilenos, fundó Cambios Andes, un negocio de inversiones y cambio de divisas con sucursales en Santiago y Buenos Aires. Entre sus amigos en la comunidad judía había hombres de negocios que apoyaron el golpe militar en Chile y participaron en el régimen de Pinochet, pero también tenía amigos que simpatizaban con el gobierno de la Unidad Popular. En este segundo grupo estaba un ex colega del Banco Israelita, Jacobo “Yasha” Rosenblum, militante del Partido Comunista y exiliado en París.
El problema del partido a fines de 1976 no era la falta de financiamiento, sino el desmoronamiento de los canales para ingresar dinero a Chile. La fuente de los fondos no era un misterio. Era dinero recaudado por el partido en el exilio entre sus adinerados simpatizantes en Europa y los países socialistas, principalmente en la Unión Soviética y Alemania Oriental. Enviar los fondos vía valija diplomática o mensajero personal ya no era factible. Zorrilla elaboró un plan para abrir un canal nuevo y seguro para trasladar grandes cantidades de dólares desde Europa a Chile. Para ello enlistó a Rosenblum, quien le contó que conocía a la persona perfecta para ayudar a instalar y operar la red financiera, su viejo amigo Jacobo Stoulman. David Canales, miembro del equipo de Zorrilla, atestiguó sobre esta operación muchos años después:
Yasha incorporó a Jacobo Stoulman en este esquema, con posterioridad al golpe de Estado, aprovechando el hecho de que Stoulman tenía una sólida y real cobertura como operador financiero, además de tener un patrimonio propio y relaciones bancarias a toda prueba. Le había conocido en el Banco Israelita antes del gobierno de Allende y a Yasha le cautivó la personalidad fuerte, el carácter independiente y emprendedor de Stoulman, unido a su espíritu probadamente solidario y progresista. En la etapa de preparación de este mecanismo, Jacobo Stoulman se entrevistó personalmente y a solas con Yasha en noviembre de 1976, fecha en que Stoulman viajó a Europa, pasando por Suiza.
Stoulman aceptó. En esa reunión en Ginebra, Rosenblum y Stoulman crearon un sistema de transferencias financieras que sería seguro y legal. Para Stoulman, era una propuesta potencialmente lucrativa, para la cual contaba con las conexiones necesarias en el mundo financiero. Según Canales, no violaba leyes ni regulaciones bancarias –era perfectamente legal, salvo, por supuesto, la última fase de traspasar el dinero a un perseguido partido clandestino que luchaba en contra de la dictadura en Chile.
Abrieron cuentas en bancos internacionales en Europa para recibir el dinero, que serían transferidos a cuentas controladas por Stoulman en Argentina. Según registros judiciales, las instituciones financieras involucradas en la nueva red incluían al Banque pour l’Industrie et le Commerce en Ginebra, Israel Discount Bank y Bank Julius Baer de Nueva York, y sucursales de Cambios Andes en Chile y Argentina, además de otros bancos no identificados en Luxemburgo y Argentina. La parte más complicada era la etapa final: traspasar el dinero en dólares a Chile y cambiarlo a la divisa local. Luego, la empresa de Stoulman tendría que desembolsar fondos periódicamente a operativos clandestinos del partido—lejos el aspecto más peligroso y riesgoso de la operación, que se tornaba aún más precaria por el debilitado estado de la estructura partidaria en Chile.
Canales dijo que una parte el sistema ya estaba operativo a fines de 1976 y se estaban acumulando fondos en Argentina. Pero la represión dirigida a la dirección del partido había roto los vínculos con la estructura interior del partido, y el dinero no podía enviarse de manera segura desde Argentina hacia Chile usando el último dispositivo de la red. No obstante, el dinero continuaba llegando a las cuentas en Argentina, resultando en abultados balances. Canales describió el problema del dinero en una entrevista:
Desde mayo de 1976, a raíz de la debacle de la dirección clandestina del PC, el flujo de ayuda en dinero desde el exterior a Chile se detuvo, al menos en su forma regular. En esa época, como todos los años, desde 1974 en adelante, el PC hizo una campaña financiera y reunió en esa oportunidad entre la emigración una suma cercana a los US$ 500.000, que debieron fluir en fraccionadas partidas a Chile, aunque esto no fue posible materializar. Por otro lado, los comunistas chilenos recibimos a título de solidaridad, un monto similar de dos o tres partidos homólogos en ese periodo. La suma de todo estuvo en condiciones de ser entregada fraccionadamente a nuestra gente en Chile a partir de la última parte de 1976. De modo que a principios de 1977 comenzamos a depositar en bancos comerciales en Argentina estas sumas de dinero a disposición de distintas personas que se prestaron para ese flujo. Una de esas personas era Jacobo Stoulman.
Con Ricardo Ramírez recientemente instalado en Buenos Aires, Zorrilla dio la orden de enviar a Alexei Jaccard a su misión en Buenos Aires y Santiago con la información necesaria e instrucciones para restaurar el flujo de dinero. Canales declara:
Puesto en marcha el proyecto, para montar el dispositivo final hacía falta incorporar a una persona distinta, que no fuese conocida ni ligada al aparato de seguridad ni a las finanzas comunistas. El destinado para ello fue Alexei Jaccard Siegler, joven comunista oriundo de Concepción… Era un hombre joven lleno de energía y confianza en su propia fuerza de carácter, en su habilidad para sortear los riesgos del trabajo político.
Jaccard, en reuniones con Rosenblum y otros operativos enviados desde Moscú, recibió instrucción básica en actividades clandestinas. Debía viajar con su nombre verdadero, usando su pasaporte suizo. Reemplazó sus jeans y poleras de estudiante por trajes acordes a un joven, próspero empresario, y recortó su descuidada barba de antaño.
Aunque su madre y hermana vivían temporalmente en Argentina, tratando de juntar dinero y documentación para exiliarse en Europa, Alexei fue instruido de no tomar contacto con ellas.
Su misión, según Canales y otras fuentes, era juntarse en Buenos Aires con Ricardo Ramírez y, en Santiago, con Jacobo Stoulman. No conocía personalmente a ninguno de los dos y ellos tampoco sabían de la existencia del uno y del otro. Alexei llevaba la información detallada que necesitaban los dos hombres para trabajar juntos. Se le dijo que ese sería el primero de una serie de viajes regulares que haría a futuro:
Alexei no era un correo que transportara dinero, en lo absoluto. En ese terreno se comprende el valor de Jacobo Stoulman, que estaba en condiciones de hacer encajes de divisas de Chile a Argentina y viceversa. La tarea de Alexei implicaba dar a conocer a Jacobo la frecuencia, los montos y destinatarios de las remesas que se le iba a depositar en Argentina.
El 14 de mayo de 1977 se despidió de Paulina. Para su reunión con Ramírez, Jaccard llevó consigo la ansiosamente esperada información sobre el nuevo esquema de financiamiento y la manera en que funcionaría. Jaccard también portaba una buena cantidad de dinero en efectivo, alrededor de $20 mil dólares para sus gastos de viaje y otros propósitos. Una parte estaba asignada a la operación de Ramírez y otra parte debía llevarse a Chile. Lo único que le dijo a Paulina fue que su misión lo llevaría a Buenos Aires y a Chile, y que tenía pasaje de regreso para el 26 de mayo. Viajó de noche desde Milán a Buenos Aires y arribó a la capital argentina temprano en la mañana del domingo, 15 de mayo.
Penetración de Cóndor
La DINA y el Batallón 601 de Argentina, coordinando sus acciones en Operación Cóndor, parecen haber detectado la operación del Partido Comunista prácticamente desde su nacimiento. En 1977, ambas agencias se estaban enfocando en Europa y en las actividades de financiamiento y de propaganda antidictadura levantadas por grupos de exiliados en ese continente. Como se vio en el capítulo anterior, más o menos en esa época, Argentina llevaba a cabo una operación para confiscar $60 millones de cuentas bancarias de los Montoneros en Ginebra y otras ciudades. La DINA había asignado a uno de sus altos oficiales del Departamento Exterior, el capitán Raúl Iturriaga Neumann, para que tomara un curso de postgrado en finanzas y economía, y a fines de 1976 fue ascendido para encabezar la Dirección Económica de la DINA —una unidad del mismo rango que el Departamento Exterior.
Tratando de comprender la debacle años después, Canales conjetura que la DINA obtuvo sus primeras pistas sobre los planes financieros del partido a partir de los interrogatorios de los decenas de comunistas detenidos en mayo de 1976, que incluía a varias personas involucradas en la distribución de los fondos. Además, especula que la DINA estaba rastreando los pasos del círculo de empresarios judíos que se sospechaba simpatizaron o habían tenido vínculos con el gobierno de Allende –y esa investigación habría dado la pista a Stoulman.
En Buenos Aires, el Batallón 601 (que también contaba con una unidad de investigaciones financieras) pudo vigilar con facilidad las actividades del aún legal Partido Comunista de Argentina y sus contactos con los comunistas chilenos que trabajaban en la ciudad. Tanto Ramírez como Héctor Velásquez se estaban quedando en casas de militantes comunistas argentinos, y su llegada y movimientos habrían constituido una importante información de inteligencia para traspasar a sus contrapartes chilenas.
Hay una intrigante pieza de evidencia citada en el juicio Cóndor en Chile que apunta a la temprana penetración de los planes comunistas: cuando Jacobo Stoulman viajó a Ginebra y París para reunirse con Yasha Rosenblum el 18 de noviembre de 1976, el mismo Iturriaga, el hombre de investigaciones financieras de DINA, iba en el mismo vuelo.
En Buenos Aires, el equipo de Condor se preparaba. El capitán Cristoph Willeke era en ese momento el representante y enlace de Chile en la sede de Cóndor en calle Billinghurst. Otro agente de DINA, Enrique Arancibia, también hacia tareas de Condor. Y, de acuerdo a los acontecimientos que siguieron, queda claro que la DINA había despachado a un equipo especial de por lo menos tres agentes, que ya estaba en terreno en Buenos Aires.
Cuando Alexei Jaccard aterrizó en Buenos Aires el 15 de mayo, ya había agentes de la DINA y del Batallón 601 posicionados para desbaratar la operación del Partido Comunista y obligar a los detenidos a conducirlos hacia el dinero.
La Búsqueda de la Verdad

Hablando en un evento en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago en marzo 2022, Paulina Veloso describía su búsqueda por la justica para su marido, que ha durado ya 45 años. Muchos de los detalles se pueden encontrar en “Los Años del Cóndor” en donde se describe que durante muchos años, el Partido Comunista guardó silencio respecto de lo sucedido. En la época, un funcionario del partido solo informó a Paulina Veloso de que la operación había salido mal y que Alexei estaba desaparecido. Le pidieron decir que Alexei había viajado a Chile por motivos personales y no comentar nada respecto de lo que ella sabía sobre su misión para el partido. Recién en los noventa supo de parte de periodistas que reporteaban sobre el caso que la desaparición de Stoulman era parte de la misma operación. Demoró años establecer la verdad. La DINA había difundido una versión falsa, de que Stoulman estaba involucrado con el financista judío argentino David Graiver, quien había sido acusado del lavado de decenas de millones de dólares para los Montoneros. Miriam, la hermana de Stoulman, les repitió esa historia a las tres hijas de los Stoulman-Pessa y a otros.
Veloso quería saber lo que realmente había pasado y quería que se supiera la verdadera historia, que Alexei se encontraba en una misión política y que su historia era una de las luchas históricas de la resistencia. Conversó con David Canales y este le comenzó a contar toda la historia sobre el frustrado esfuerzo del partido por crear una red de financiamiento. Canales prestó declaración cuatro veces en el juicio Cóndor, y compartió nuevos detalles sobre la operación con John Dinges.
“Fue necesario describir qué hacíamos en tanto se nos perseguía, nos cazaban y nos aniquilaban,” dijo. Mantener el secreto, dijo, reforzaría la narrativa falsa de la dictadura, asumida en cierta medida hasta por los investigadores judiciales, de “que la actividad de los luchadores antifascistas era oscura, secreta, porque sus fines eran horribles, antihumanos, terroríficos, inconfesables.” Se convenció de que las acciones de quienes perecieron debían ser plenamente transparentadas: “En cuanto a mí —agregó— fui educada en la escuela en que los objetivos y medios de los luchadores por la democracia y el socialismo son legítimos, abiertos, y deben ser difundidos al mundo entero.” Veloso fue instrumental para reunir a las familias de las víctimas para presentar una querella criminal en 2000, que se convirtió en parte clave del juicio Cóndor.
Con esta transparencia de parte de las víctimas, los secretos más oscuros que se mantienen son aquellos guardados por los militares, que protegen su culposo conocimiento de sus atroces crímenes y cómo lucraron con ellos. Los oficiales militares que impartieron las órdenes y diseñaron las operaciones de Cóndor se han negado a hablar de manera abierta sobre los planes y resultados de sus operaciones. Nunca se ha revelado cómo los socios Cóndor lograron penetrar los planes comunistas y actuar para anularlo mientras se desarrollaban.
Por lo tanto, debe decirse que el trabajo transnacional de las fuerzas de seguridad militares nuevamente asestó una seria derrota a una gran fuerza de resistencia pacífica anti-dictatorial. En lo que fue tal vez la mayor, singular operación Cóndor que se haya emprendido, las fuerzas conjuntas de seguridad utilizaron el espectro completo de sus métodos y fases: el intercambio de inteligencia, equipos multinacionales para la vigilancia, detención e interrogatorio y el traslado transfronterizo de las víctimas. Argentina y Chile fueron los principales actores, pero Uruguay también jugó un papel, al fabricar los registros de vuelo fraudulentos de Jaccard y los Stoulman, lo cual permitió encubrir la operación y desviar la atención desde Chile y Argentina.
“El libro Los Años del Cóndor es una importante adición a la memoria de nuestro país,” decía Veloso en marzo. “Y es una vindicación de las víctimas.”